sábado, 14 de agosto de 2010

Adolescencia

Extraño acostarme a ver comiquitas con mi hermano, tomar una siesta cada tarde y hablar por teléfono como una adolescente. Recuerdo que no comía nada, me atiborraba de chocolates y Mc Donalds. Tenía muchos amigos y no me gustaba tener novio, sólo quería oír música, bailar y tocar guitarra. Mis amigas sufrían y yo también, no me acuerdo mucho por qué, si cada viernes y sábado era una fiesta. Cada vez era un fastidio pedirle permiso a mi mamá para algo. Siempre pensaban mal de mí, desde mi familia hasta el jet set adolescente de mi colegio. Pero paradójicamente era una heroína moderna, era una chica criticada por sus maneras desinhibidas pero a la vez envidiada por su valentía. Era muy libre, paseaba por la ciudad fumándome una cajetilla de cigarros, sin rumbo, hablando con cualquiera y estando con nadie. Tenía cuadernos donde escribía mis hazañas ateneístas y de carrito por puesto. No era hippie ni piedrera, era bastante extraña, sé que si tuviese una hija así tampoco la entendiera. No era bella, pero sí era encantadora, o es que esa moda plasticosa de los 90’s tardíos me hace pensar que no era muy agraciada. Extrañamente le gustaba a los chicos, a las chicas, a los hombres mayores y hasta a las profesoras. Raro. A veces no me invitaban a fiestas colegiales para que no fuese la “sensación”. Recuerdo que llegaron las drogas y me picaron el ojo, observé las sobredosis de mis amigos del colegio de músicos, uno a uno, rehab, Hogares CREA. Prefiero no recordar más de eso. Luego llegó el amor, las escapadas, las mentiras, la inconsciencia y siempre salí bien librada. Me gasto el mejor ángel de la guarda. Mi mejor amiga murió y no me atreví a verla en una caja. Dejé de llorar por un sufrimiento con sabor a menstruación y espinillas, para empezar a saber cómo duele el alma de verdad. Crecí y no me di cuenta. Ya casi no lloro. Ya no escribo cartas, ni mantengo un diario. Ya no descanso sin saber que estoy descansando. Lo extraño. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario