viernes, 13 de agosto de 2010

El Guardagujas



Hoy, como todos estos últimos días fui al gimnasio. Tengo una nueva obsesión con los brazos y los músculos. El entrenador me puso a hacer de todo y pensé “llego directo a la cama”. Antes de dormir agarré “Una larga fila de hombres”, libro de relatos breves escrito por Rodrigo Blanco, uno de mis profesores de la Escuela de Letras. Iba más o menos por la página 50 y me dije que en lo que acabara el cuento me iba a dormir. Pero de nuevo Rodrigo me jugó una mala pasada y me volvió a atrapar contándome acerca de los asesinatos a indigentes que ocurrieron acá en Caracas hace ya varios años. Lo más curioso es que cuando ya sabía que no iba a poder dormirme hasta que terminara de leer el libro entero, Rodrigo me dijo en una de sus líneas una palabra mágica: Arreola. Cuando me di cuenta de lo que significaba me apuré a desempolvar el tramo oculto de mi biblioteca donde había guardado un libro de bachillerato no sé ni por qué pues ese año en literatura no me había ido nada bien. Realmente llenaba cuadernos con pendejadas adolescentes y aún no me había dado cuenta que me interesaba leer a otros mucho más que andar intentando escribir. Busqué con desespero la página donde me aguardaba aquel relato de Arreola, que fue lo único que hizo que ese año de literatura valiera la pena y, que también, fue la razón por la cual conservé ese libro. La bofetada fue aún más dura, el cuento de Arreola estaba junto a uno de Borges y otro de Garmendia. Autores que me sacan orgasmos, canas verdes y que obviamente me hacen sentir felizmente una mierda. Me encontré entonces cerca de donde había querido estar desde adolescente, quizás ese libro fue la primera piedra responsable de que hoy me esté graduando. Quizás Arreola sea indirectamente culpable de que me lean 30 mil personas cada semana, quizás haberlo olvidado era necesario para encontrarlo justo al final del principio del camino. Lo más gracioso es que no recuerdo con exactitud el cuento, sólo una vaga imagen de ferrocarriles y una letra T, responsables de que la literatura se transformara en algo más psicodélico y falso, que un viaje con mescalina en las venas.
Acabo de (re)leer el cuento…
Se llama “El guardagujas”. Arreola es culpable.

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