viernes, 13 de agosto de 2010

Marchita

No te diste cuenta que no era un alfiletero cuando metías tus agujas en mi alma. La envidia mata. Sé que aún tú no lo sabes y fuiste ingenua para catar con quien compartir tus desechos y despechos. A la hora de odiar a la persona que amamos, hurgamos en la basura del vecino más detestable para condimentar la situación. Creamos un veneno letal, una mezcla potente de balas y fuego que empieza a herir y carcomer un universo que antes era motivo de vida. Somos antropófagos, devoramos nuestras ideas y sentimientos. Escribo esto porque hoy perdí otra batalla, porque hoy se me fue la última esperanza. Porque es más inteligente dejar atrás un mal comienzo que aferrarse a la idea de que en el camino se puede arreglar lo que empezó mal. Es tan ilógico tener que decir perdón cuando queremos hacer las cosas bien. Revirtamos el efecto, seamos surrealistas, hagamos todo al revés. Dejemos de leer a Neruda y de cortarnos las venas con Baudelaire. Es tan asqueroso ser comunes, hacer los mismos rituales, tener los mismos defectos, comprar en las mismas tiendas, montarse en el mismo vagón y terminar oliendo igual. Hasta lloramos por las mismas cosas: un muerto, un engaño, un abandono. Pero no nos lamentamos por ser tan repulsivamente parecidos y estar acabando el planeta con nuestra presencia. El control de calidad de las almas tiene tremendas fallas, como también la emisión de corazones y cerebros. Nadie califica para mí, son un montón de bufones falsos que de pronto pueden entretenerme aunque para eso deba obviar por un instante su condición. Hacerme la loca para no asustarme y sentirme vacía, tomarme una botella de vino y tratar de parecerme a ellos fracasando en el intento. Sintiendo como la gente es experta en masticar vísceras glorificando un pronombre personal. Yo también digo yo bastante, pero estoy cansada de que todos los ojos estén sobre mí, de que los radares me rastreen, de que me deseen hasta el cansancio. Mi nombre es sinónimo de obsesiones que me hacen daño. Ser la protagonista de muchas vidas convierte mis flores en cactus. No es que mi cariño sea seco, sino que las cosas secas duran más. Nunca pensé decir esto. Pero creo que no hay nada que ofrecer más que una carroña.

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