sábado, 14 de agosto de 2010

Delfos



A veces me odio por ser mi propio oráculo, por tener olfato de sabueso, por una intuición que acierta. Pero no es así de fácil, no es que así me evito desenlaces, no resuelvo todo porque mi cerebro junte las piezas. Suelo omitirlo, suelo ser visceral, suelo probar mi frente contra el asfalto. La verdad nunca se rompe. Siempre sigo viva pero estoy allí, herida, curando la sangre, frotando el morado, esperando que sane y soportando el dolor. Hoy te vi y llegaste como un león, furioso, seguro, despiadado, dispuesto a devorar y no pudiste. Ahí estaba yo como carnada fácil, la que te dijo que te amaba, la que se quitó la careta, la que supo llorarte sin pedirte que volvieras, estaba ahí de pie. De nuevo de pie, como la vida me enseña, raspada, herida, pero firme. Radiante como una cachetada, controlada como una rutina ensayada. Temblé no lo niego, tu show logró sacudirme pero no me hizo caer. Con ojos secos te miré pocas veces, las necesarias, las que me permití y mirarte no fue la nostalgia, tampoco la melancolía, mucho menos la rabia. Mirarte fue una inyección de energía y de desprendimiento, captar una muestra, fotografiar tu desolación disfrazada de tranquilidad. Saber que el show debe continuar y que tu ya tienes el tuyo y que yo puedo mirar tras bastidores y desbaratar tu pantomima sin que lo adviertas. Sin sorprenderme por el casting, mucho menos por la trama. Haciendo gala de mí en diez minutos. No pudiste conmigo, yo también soy depredadora. Muchos rostros, muchos cuerpos, muchos contrastes, muchos orgasmos y mucho vacío. Mientras eso pasa más inalcanzable me convierto, más lejos de tu hábitat me refugio y más cerca de conseguirme me encuentro. Mientras tu te esmeras en sacarme de tus almohadas, yo más te meto para cansarme de ti, para dejarte libre como los sueños, para no depender de recuerdos, para no temblar cuando te vea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario