viernes, 13 de agosto de 2010

Retaguardia



La jornada de lunes a viernes era agotadora sin excepción. La pizarra siempre reemplazaba los recuadros y cada vez me pertenecían muchos más. El viernes significaba un seudo respiro pero tu cerebro aún tenía más que ofrecerme. Hubo momentos en los que pensé que realmente no podía más, cuando me daba cuenta que acostarme en la cama hacía circular mi sangre y sentir un hormigueo que me reclamaba más tiempo para mí, mis huesos y mis músculos. Y jamás sucedía, siempre había algo más que hacer, un sitio más donde cantar, un libro más que leer, un trabajo más que entregar, una diligencia más y la cama estaba lejos. Hace poco me enfermé, creo que traje un germen dominicano que se juntó con una bacteria venezolana que se incubaba en la oficina y pude ver televisión con mi hermano. Vimos una película en un canal de televisión nacional de unos hip hoperos bailarines y me di cuenta que hacía tiempo que no me acostaba ver televisión y menos con mi hermano. La vida me había cambiado de pronto y yo ya estaba mudando de nuevo de piel. Pero volvió todo a la normalidad, el teléfono sonaba y mostraba el acostumbrado 300 en la pantalla y yo me preguntaba “qué tengo que hacer ahora”. La persona que me decía mis pendientes tenía neuronas intranquilas, la conocí el día que mostré mis nalguitas a un lente desconocido. Tenía una palmita de pelo en la cabeza que me pareció graciosa, no pensé volver a verla pero de pronto una columna de cine abrió este ciclo. Eras la única chica de ese nuevo lugar que se me hacía familiar, me recordaste a mi mejor amiga del colegio, era tan rara como tú. Me daba risa cuando me llamabas toda educada tratándome casi de Ud. estableciendo la distancia amistosa de alumno y maestro. Estabas siempre allí, temprano, enferma, estresada, no comías y sin embargo podías más. Lástima que al final no fuimos tan amigas pero siento que te debo no haber caído en la peor de las depresiones por todas esas cosas de las que me hiciste responsable. Me pregunto cómo será ahora que no te veré en mi patio trasero. Todo tiene su explicación, te recordaré por lo último que hiciste: ayudarme atacándome desde la retaguardia. 

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