viernes, 13 de agosto de 2010

Contacto

Salí de casa. Un día normal, actividades universitarias. Era lunes. Habías estado en mi casa el domingo con un malestar que quería ayudarte a aliviar. Tu preferiste ir a descansar a tu casa de lo mal que te sentías. Te fuiste. Yo hice mis pendientes y salí de clases encontrándome con la agonía de mi abuelo. Cáncer Terminal. Una escena horrorosa con la que comenzaba a despedirse diciéndome lo mucho que me quería y lo orgulloso que estaba de mí. Su única nieta, la que nació el mismo día que él. La que llenaba la casa de papeles y desórdenes. Mientras tanto la confianza me decía que tu seguías en cama. Yo te llamé mil veces para decirte lo que sucedía con mi abuelo y sólo conseguí remedar tu contestadora. Ausencia. Hablé con tu madre y me dice que estabas en la playa conmigo. Desistí de llamadas y comprendí. Comenzaron las habladurías de si te vieron aquí o allá. Me dolía el cerebro. Además me sentía indignada de tu poca habilidad para engañar. Al anochecer te marqué. Me atendió alguna voz de mujer, a la que pude ponerle nombre rápidamente por alguna iluminación divina. Tu seguiste con tu sarta de mentiras. Caso perdido. Desengaño, descaro. Esa fecha se convirtió en una efeméride de tu caída y la rememoraba cada año. Al final me deshice de ti y de la enfermedad que nos ataba y ese día pasó sin que yo siquiera recordara aquel evento. Recordé que mi abuelo murió hace 4 años, pero no se asomó siquiera este mal trago. Hoy lo recuerdo y veo el almanaque, me pregunté qué hice ese día. Este año fue un sábado, salí con mis medias de leopardo a divertirme. Finalmente, te perdoné y me perdoné por no haberte perdonado antes, al tratar día a día de enfrentarte a tus errores sin ver los míos. Hoy te recuerdo como recuerdo a mi abuelo, el tenía un llavero morado que decía “contacto”, por asociaciones infantiles durante 19 años de mi vida le dije abuelo contacto. Hoy a ti no tengo por qué decirte nada.

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