viernes, 13 de agosto de 2010

Flor

Eso de que carne de amiga se come es muy cierto en la infancia. Tenía 8 años quizás. Era la época en la que mi mamá no estaba tan cansada y nos íbamos de viaje por carretera. Desde pequeña, me ha gustado comer en la calle. Recuerdo que había un sitio en la vía que se llamaba Bohío que tenia un Tropi o algo de esas cosas de comida rápida tentadoras para los niños. Luego llegábamos a Valencia y me iba para las casitas donde vivían mis tíos y mis primas. Comprábamos  unos helados que les decían tetas y de allí nos íbamos a jugar. Muchas veces me iba con mis primas a casa de Flor, la vecina. Su casa era una guardería por las tardes de los días de semanas. Flor tenía el pelo largo, un cuarto con muchos juguetes y era un poquito más grande que yo. Una tarde en la que por una extraña razón mis primas no pudieron ir a jugar, Flor me dijo que jugáramos a la mamá y el papá. Yo no sabía cómo se jugaba eso porque no tuve papá en casa y no sabía qué hacían los papás. Yo le dije que sí, hice a un lado las barbies y los ponys y de pronto me encontré casado, con nombre de hombre y con hijos de Flor. Nuestros retoños eran peluches había que darles de comer, llevarlos al colegio y acostarlos a dormir. De pronto Flor después de dormir a nuestros hijos me dice que es hora de descansar para nosotros. La verdad la rutina de juegos me tenía exhausta y quería salir a la calle a comprarme una teta o ver televisión para dormirme. Pero Flor lo resolvió todo, como buena esposa me hizo la cama y se acostó a mi lado y me abrazó. Yo no entendí nada pero me dejé abrazar. Seguramente era porque no sabía qué era eso y a la hora del té Flor era una amiga de esas que poco frecuentas. Recuerdo el momento como si yo fuese otro más de los juguetes de Flor, no podía hacer nada más que entregarme a su ingenio lúdico y poco infantil, no me dejó levantarme ni irme. Además yo tampoco quería. 

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