viernes, 13 de agosto de 2010

Dolor



La conocí cuando estaba en cuarto grado. Yo me había caído mientras jugábamos, el cuento paró en enfermería y demás, pero valió la pena ganar un hematoma y una amiga a la vez. Era de Argentina y se devolvía de nuevo a su país en lo que terminaran las clases. Pero regresó. Comenzó a ser el misterio de las chicas de la promo de mi tan famoso colegio de monjas de las mercedes. En fin, la niña me inició en una serie de cosas. Todas raras pero ninguna mala. Me contó sobre el Necronomicón, me hablaba de anarquía, me hizo decirle “nice to meet you” a Radiohead, Nirvana, Led Zeppelín, Deftones y a la guitarra. La verdad era una amistad envidiable. Estábamos locas, ella ebria y yo sobria, mojándonos en la autopista, saltando del carro hasta quedar decoradas de lluvia, olvidando que íbamos de turistas nocturnas a la Colonia Tovar y que el agua y el frío no son una buena combinación en estos casos. La niña en cuestión era una andrajosa, su ropa mientras más rota mejor, era el grunge hecho mujer y tenía una sonrisa e “inocencia” silvestre que le daba morbo a cualquiera. Mientras se follaba a todos los tipos que conocía y no se cuidaba, yo me sentía un manojo de nervios como una madre que sacude la cabeza sin poder hacer mucho. Nada le pasó, tuvo suerte. Las historias intensas tienen siempre una fractura inesperada como una patada en las bolas que nadie puede avistar. Nuestra relación cambió y de pronto ella decidió irse del país siguiendo a su familia. A ella no le importaba ver hacia el abismo, el peligro le daba risa, la tristeza la escondía debajo de sus axilas. Mientras ella se moría por dentro nada pasaba afuera, lo solucionaba tomando, drogándose o cogiéndose a cualquiera. Pero su corazón es uno de los más hermosos que he conocido. No la veo desde el 2002, ni se despidió de mí. Lo de nosotras no fue juego, volvió a mirarme con nostalgia y contarme que allá en gringolandia lava baños. Ha estado hospitalizada dos veces porque es esquizofrénica, ella me asegura que en su pie derecho hay un foco de malas energías que suben. Su cerebro tiene muchos huecos y casi no me recuerda a mí, su amiga de siempre. Sabe que me quiere, pero lo que yo atesoro y les acabo de contar, lo está borrando de su mente o quizás la fluoxetina, el traxodono o el invega tengan la culpa.

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