viernes, 13 de agosto de 2010

Drago

Te odiaba. Costaste 5 mil bolos. Como eras bonito un huelepega aprovechó y te vendió para pagarse la piedra. Mi hermano te compró. No querían dejarte vivir acá. Te metimos escondido en el sótano unos días a punta de leche y sobras. No sé cómo terminaste en la casa. Me paraba a las cinco de la mañana para esperar el transporte y venías corriendo a bajarme las medias del colegio ¡lo detestaba! Una de esas mañanas te metí sin querer una patada para que te quitaras. Allí nuestros ojos se encontraron, tu ingenua hostilidad declarada con mi nerviosa agresividad juvenil. No lo volviste a hacer. Creciste un poco y comenzaste a creerte el rey de la casa y luego sí que lo fuiste. Una vez traje a una amiga a casa, le moviste la cola. Ella te acaricio y le arrancaste la camisa a traición. Tus colmillos le levantaron una fila de pellejitos, la carne se le encendió y su piel se mojó de rojo. Así comenzó el problema con las visitas, había que encerrarte pero a veces te escapabas para atacar. Ese era tu pasatiempo preferido, así como comerte cosas extrañas como mi marabú de plumas, mi diccionario, las colillas de los cigarros y, obviamente, la comida de todo el mundo. Un día borracha te pinté el lomo con rimel azul. Estabas tan frito, pero me caías mal. De pronto tu nariz se comenzó a borrar, te empezaron a salir ronchas y andabas echado. Te costaba subirte a la cama, a los muebles, tus pasos estaban cansados. Te llevaron para todos los veterinarios de Caracas: cáncer, anemia, blablabla y blublublu. A ninguno les sirvió la universidad, te estabas muriendo lentamente mientras ellos adivinaban qué te pasaba. Igual eso no era mi asunto, no te quería. Se te hinchó la cara y tus ojos cada vez se hacían más chiquitos, ya no tenías nariz, se te había caído un poco el pelo y tenías unas ronchas bastante raras. Una noche llegaste del médico, corriste por las escaleras, mi tía abrió la puerta y te desplomaste en el suelo. Quisiste morir en casa, sufriste mucho y no pudiste decir nada. Agonizaste unos minutos, vomitaste la muerte y te fuiste. Comencé a extrañarte, aún lo hago perro inútil. Aún hay pelos tuyos por la casa.
Te llevaron de nuevo a la clínica, no sé para qué…
Te hicieron la autopsia, tus órganos estaban sanos.

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