viernes, 13 de agosto de 2010

Angustia Plegable

Te acabas de ir y todavía tu estela está en casa. Recuerdo haber escrito en este mismo espacio que no pisaras el acelerador. Me estaba enamorando. Sentí que la cosa deba para más y que no tenía por qué agotarse tan rápido. Hoy que lo sé, me encuentro tan desesperada como la figura que sale en el grito de Munch. Aposté en falso. Confiar es poner tu corazón debajo de la rueda de un 350 a punto de arrancar, si tienes que confiar es porque algo te hace dudar. Estoy aquí vacilando entre dejarte ir o hacerte regresar; puede que seas un paseo divertido como puede que seas un pérdida de tiempo más. Qué fastidio los 50 y 50 en las probabilidades, qué pesado depender del tiro de los dados. Odio el equilibrio de alternativas. El amor es un ring, un campo de batalla donde los que se aman son el enemigo. Es tan absurdo que dos personas en algún momento de sus vidas se encuentren, se deseen como animales, se empalaguen como el algodón de azúcar y luego terminen repugnándose el uno al otro, evitándose, borrando cualquier mínimo rastro. Hoy tú eres mi contrincante, es tu vida o la mía. Lo que me aterra, que soy un animal social que no soporta la soledad y le es fácil meter comodines en su partida. Quizás toda esta nube mental sea producto de algún tiempo a tu lado, quizá esa compañía no le da espacio a la sangre fría que es mejor para estos casos. Es tan sencillo el “o estás o no estás”, pero también es complicado. No sé si por culpa de lo poco sobrios que somos nuestras relaciones apestan. El remedio es no preocuparse por quedar bien, ser despiadado y evitar tonterías para que dos corazones no terminen hechos papilla debajo de un caucho. La cosa es que es fácil decirlo y difícil hacerlo. Solemos tener la cara lavada para clavar la puñalada a los hombrecitos de goma que metemos en nuestras sábanas. Antes era de plastilina, pero me compré una armadura de acero inoxidable para no dejar que ningún verdugo corroyera mi corazón ¿eso funciona?

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