viernes, 13 de agosto de 2010

Charlatanes

Salen a bailar, brindan por ellos. La gente los mira y se enamora de su pantomima. Ella le susurra al oído – No sigas que voy a querer irme a tu casa-. Él le dice –Calcula el tiempo que te quieras quedar bailando dependiendo de las veces que quieras que lo hagamos en casa-, ella le dijo que se fueran de inmediato. Llegaron a la habitación. El le quitó la ropa, la amaba y le encantaba. Su piel era un paraíso y la tocaba como si fuese la última vez que lo haría. Saboreaba todo sus rincones, ella estaba extasiada. Sus gemidos lo excitaban, la tocaba más rápido, la mordía y ella se corrió en su boca. Un buen comienzo. Ella le preguntó que si entendió lo que sus ojos le decían entre tanto ruido cuando bailaban, pero él quería oírla. La convenció en español, francés e inglés hasta que ella le dijo que mientras lo miraba lo veía en todos los lugares de su vida, el espacio se borraba y el tiempo le decía que le pertenecía. Latidos de éxtasis. Él la abrazó, ella se volteó y se durmió. Él no había recibido una caricia, ni siquiera un aruño de esos que el morbo desata. Se vio junto a ella en su cama medio vestido. Aún esperaba que ella lo buscara pero eso no pasó. Quito el cerco de sus brazos y decidió no rodearla más y ella alzó su voz preguntándole qué le pasaba mientras él alucinaba con esas palabras que sonaron a verdad. Respondió simplemente “nada”. Pensó en lo penoso que es pedirle cariño a alguien cuando la trampa te hace pensar que eso te pertenece. Pegó su cabeza a la pared, sus ojos miraban el resplandor del cemento pintado de blanco entre sombras y sentía el frío de concreto en su frente. Ella se movía con reflejos nerviosos que el nirvana le arrancaba. Se desesperó, todo perdió sentido. Cuando el amor se acuesta a tu lado no huele a cal ni suda frió. La suma de uno más uno no le dio dos y el insomnio regresó. Noches taciturnas, sexo que sabe a ese enajenamiento que solemos llamar amor. El miembro tieso y desconsolado. Las palabras de una mujer saben engañar. Decidió abandonar el colchón moviéndose despacito para no despertarla, pero ella nunca estuvo dormida, fue un egoísmo histriónico para no darle nada. “Qué te pasa salió de su boca”, él le dijo “nada” y volvió a la cama para recostar la frente en su espalda como si nada pasara.

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