viernes, 13 de agosto de 2010

Alfombras persas



Vi tus fotos. No me acordaba ni de tu ropa, ni de tus dientes, ni de tu pelo. Reseteé mis recuerdos y saliste de órbita. Vi tus fotos. No encontré los buenos recuerdos que me hacían llorar y me llevaban a ti. Me ví contigo en ellas. No me hallé ni más joven ni más vieja pero si me di cuenta de que se me han caído los ojos. Me acuerdo cómo los alababas. Que eran rasgados, que eran preciosos porque eran pardos y miraban bonito. Recuerdo que los maquillaba mucho porque te gustaban así. Hoy descubrí que a mi me gustan menos maquillados y que no me parecen tan lindos como tú decías. Hoy descubrí que tus dientes me causaban gracia pero que en realidad no me agradaban. El amor es psicodelia, alucinaciones, embriaguez. Un estado de desdoblamiento donde la realidad es virtual. Pensé que podría ser hora de hablarte, porque lo que no ha cambiado hasta el sol de hoy es esa solidaridad que siempre tuve contigo. Pero puse en reversa ese pensamiento porque aún nuestra distancia está muy niña y porque realmente pensarlo es una estupidez y volvería a caer. No hacia a ti, sino hacia la extraña influencia que tuviste tanto tiempo sobre mí. Me siento hasta poco auténtica porque reconozco que muchas veces bailé el son que tú tocabas. Aún me pregunto dónde termina el amor y cuándo empieza ese fervor tan vergonzoso que te hace pensar que alguien es tu destino y tus pasos dejan de caminar sobre tu propio camino. Es decir “contigo quiero estar hasta que me arrugue como una pasa” cuando hay una insatisfacción abismal que nos separa. Pero los años que has estado de la mano con esa persona te hacen pensar que amar es casi una prueba de resistencia. Alguna competencia de atletismo con un desespero por llegar a la meta. Estoy segura de que nada es perfecto, pero no creo que deba coronarme de espinas y caer en un via crucis para alcanzar mi redención. Vi tus fotos y puse la marcha en neutro. Mis sentimientos hacia a ti se parecen a las rayas coloridas que salen cuando se va la señal del telévisor y suena ese pitito que te dice que está fuera de servicio. Ya no tiendo la alfombra roja cuando pasas, ahora me compro alfombras persas donde da lo mismo pisarlas o acariciarlas. Son bonitas y peludas, huelen bien y no me recuerdan ni siquiera a la casa de tu papá.

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