viernes, 13 de agosto de 2010

Las dos Cecilias



Le tenia miedo a sus sandalias de palo y a sus gritos. Nunca me gustaron sus novios, pero tampoco me la imaginaba al lado de mi padre. Me hice señorita temprano. Ni siquiera tenía destellos de curvas. Era carnaval, con un atuendo de Cleopatra pensé que algo se me había roto y estaba sangrando. Mi madre brincó de alegría. Era domingo y alzó el intercomunicador cuando mi padre llegó para decirle que su hija era toda una mujercita. Yo no necesite blush pues la pena subió la tonalidad de mi pálida piel. Al poco tiempo, mi madrastra me ofreció unas clases particulares acerca del oficio de ponerse tampones. Huí despavorida, creo que hubiese sido la violación más rara de la historia. Seguí creciendo y el sexo era tan raro. Años después comprendí por qué. Mi madre siguió trabajando y teniendo fracasos amorosos. Nunca supo que desperté una noche y me di cuenta que mi padrastro se iba y la dejaba con el mejor regalo que mi vida me ha dado entre sus entrañas. Quizás lo sepa ahora que me está leyendo. Ella y yo optamos por ser extrañas que se miraban de reojo pero que compartían un lazo más fuerte que el de la sangre. Las veces que la vi llorar no me conmovió porque estoy hecha con sus fuertes hebras, aunque las tijeras de algunos nos han hecho caer al abismo. Nuestra relación: rebeldías adolescentes encontradas con testarudeces adultas. No sé cuándo me convertí en una mujer con responsabilidades, gastos y lujos. Comprendí que el corazón no decide amar a quien goce de la simpatía de terceros pues una relación es de dos. Aprendí a callar un poco y a alzar mi mano en casos necesarios. Creo que ella empezó a aceptar a su raro engendro con voz de sirena y alma impetuosa. Sé que es tan tonta y cascarrabias como yo, aunque seamos harina del mismo costal no servimos para las mismas recetas. Nunca me dijo que la perdonara y la verdad ya no lo necesito. La mejor disculpa fue un sermón de 3 minutos que le dio a alguien importante para mí. Me defiende como fiera y aún anhela que sus deseos sean mi voluntad. Ya no es una imposición, es sólo un anhelo. Mi madre es mi cómplice, la más rara de todas y sólo por eso debo decirle gracias.

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