viernes, 13 de agosto de 2010

Zapatos de tacón alto

Yo: Te dije que lo hicieras y no me importó el riesgo. No sé por qué lo hice, un momento de desenfreno quizás. Pero eso me costó la tranquilidad de todas las noches que han seguido hasta el sol de hoy. Con cara dura no pongo mi mejilla para seguir, sino que convierto el agua en roca. En uno de esos esfuerzos por no crecer de golpe, condeno mis pesares a una muda almohada. Yo que nunca pensé estar en esos zapatos y me doy cuenta que son de mi talla. No me golpeo el pecho, pero si sé que la cicatriz pica tanto como la que tengo en mi espalda.
Tú: Joven y cegado. Inocente. Conviertes tus pesares en divertimentos insustanciales, que te llevan a la horca con un verdugo que se parece a ti. Amor infinito que hasta declaraste en miles de idiomas. Amor que se hundió porque viste en mis ojos lo que los tuyos decían. Tú que te jugaste el todo por nada, deambulas como un cadáver viviente y estrangulas toda posibilidad de poder decir que ya pasó.
Él: No sé en que pote de basura terminó, pero me persigue y se cuela entre comentarios, entre miradas al reloj que me dicen cuanto tiempo ha pasado y cómo podría estar yo. Él, que espero que llegue de nuevo algún día y que perdone mi error si es que acaso lo fue. Pero que de todas maneras tenga un poco de mi corazón donde quiera que esté y me cuide como no lo hice yo.
Ella: Que se arrastra y se rompe, mientras se embriaga de ira. Que blasfema en contra de lo que sintió. Que maldijo y no perdonó. Ella salió de aquí para no volver y el azar ha estado a nuestro favor pues no nos ha tendido ningún otro encuentro. Ella la isla de la frialdad, se hunde como la Antártida y está pronta a ser un mito más sobre esta realidad.
Nosotros: Los terriblemente humanos, los que a cada paso sentimos las llagas en nuestros zapatos de tacón alto. Nosotros merecemos una oportunidad para estirar los labios sin que nos duela tanto.
Ellos: No saben nada, porque quizás tengan los pronombres personales de su vida y las tragedias sepultadas entre rosas con espinas. Los susurros del recuerdo titilando en sus heridas. Ellos como tú, como yo, como él, como ella, merecen otra oportunidad. El final llega no cuando las oportunidades se agotan, sino cuando la piel se afea de tanto queloide y tatuaje para taparnos las verdades escondidas.

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